Pegame y Decime Sheena

"El mundo está desquiciado, vaya faena haber nacido yo para tener que arreglarlo" William Shakespeare - Hamlet

viernes, 7 de septiembre de 2007

identidades, de qué la va...


Miro mi DNI y veo una foto mía con terrible cara de dormida y el pelo con una media cola, como lo usaba cuando tenía 16. Miro mi nombre y rastreo retazos de mi existencia: Me pusieron María por la virgen y Máxima por que es un nombre familiar que data de mi bischozna Máxima Perichón de Vanduil y Martinez, quien aparentemente era una señora bien de Corrientes que ayudaba mucho por allá, o eso dicen.
Sin embargo, para la iglesia apostólica romana me llamo María Punzó, porque aparentemente mi viejo quería ponerme Punzó pero no lo dejaron, para mi suerte, por ser el nombre de la insignia federal en el tiempo de Rosas, Juan Manuel.
Están permitidos pensar que mis padres son un par de delirantes que dan identidad a su hija por una serie de acontecimientos extraños, yo también lo pienso, ¿se entiende un poco más mi personalidad ahora?
Por mi parte he decidido que Dios no existe o en caso de existir no se encuentra en la Iglesia apostólica romana, por tanto el nombre de Iglesia quedó en tres papeles que son mi bautismo, comunión y confirmación (sólo papeles y ceremonias que seguramente disfruté). Como consecuencia lógica de esto, el nombre de punzó ha quedado anulado de mi identidad (perdón viejo!!!).
Con respecto a María, me constituye en tanto ciudadana de la República Argentina, aunque también mi familia ha decidido suprimir mi segundo nombre, y llamarme María (meiu, maiu, maru, mariuchi, mariuchita), yo por mi parte me siento poco identificada con María por las connotaciones religiosas y sumisas que conlleva el nombre (probablemente María fue una mujer luchadora y con mucho carácter, pero alguna tergiversación de los hechos históricos le cedió otro lugar, con el cual no me siento muy a gusto).
Máxima, a pesar de ser el nombre de alguna bianuda bischozna de quién sé poco y nada, y de ser un nombre extraño si los hay, me encanta.
No está bueno que los delirantes de mis viejos no hayan tenido en cuenta las implicancias que puede acarrear para una niña crecer en una ciudad donde el zoológico se llama como ella (Parque Zoológico La Máxima, si usted va a la ciudad de Olavarría debe visitar su viejo y apachuchado león y sus iracundos monos lanza objetos). Toda mi niñez los crueles infantes me llamaban zoológico, zoológico!
Después del trauma de la infancia, advino el de la adolescencia: cuando empecé a salir a bailar y chamuyeros poco originales me decían princesa, por la Zorreguieta (sí, por supuesto, yo soy una princesa, pero con esa línea repetida jamás vas a ser mi príncipe, mínimamente el afortunado debe ser original y tener un poco de chispa). Ni hablar de cuantas veces les debo repetir el nombre a la gente que recién me conoce, quién mira con cara de “y con qué se come eso?”.
También mis compañeros de la secundaria discutían extensamente acerca de a quién se le había ocurrido el apodo de mínima. Debo decir que fue idea mía, mi mail tiene ya 8 años, pero nunca me molesté en avisarles, era divertido.
Pero mi nombre me encanta. Significa la más grande o algo así, igual no es eso por lo que me gusta. Me gusta porque es un nombre con fuerza, con carácter, es un nombre para una persona original y luchadora. Me gusta mucho tener un nombre que resalte, aunque me ha costado trabajo aprender a llevarlo. Cualquiera que tenga un nombre raro sabrá comprender el desconcierto que te genera cuando todos tus compañeritos se llaman Florencia, Camila, Paula, Mariana, etc. Nombres “normales”, digamos.
¿Será un poco que nuestra personalidad se configura por nuestro nombre, sobrenombre? Quizá por el modo en que intentaron criarnos. Nos quedamos con ello o nos volvemos lo opuesto. Estoy segura que mi vieja no desaprueba quien soy ahora ni que mi viejo lo haría, pero soy radicalmente opuesta a lo que fueron o son ellos. Ambos muy católicos y medio conservadores políticamente hablando (bah, mi viejo no tan conservador, pero definitivamente no era zurdo). Y les salió una hija atea y medio zurdita. Las discusiones que tengo con mi vieja… Un día estaba mi abuelo en casa y me salió decir que el papa era un HDP, con todas las palabras (todos quedaron con la boca abierta, empecé a argumentar y por miedo que se le suba la presión a mi abuelo decidí callarme). Pero igual ellos me quieren así, atea y medio zurdita. Es más, hasta tengo la convicción de que mi madre está absolutamente orgullosa de mi manera de ver las cosas, pero jamás me lo admitirá, y si me caso, se va a morir cuando no lo haga por iglesia.
La pregunta que me queda es si somos una construcción de nuestros padres y nuestras circunstancias o realmente somos quienes elegimos ser… Yo creo que un poco de ambos, por más que Judith Butler, una mina que se dedica al constructivismo desde la teoría de genero (la chabona es feminista), me diga que en realidad mi identidad femenina está construida por esta sociedad y no es mi condición natural (Lo siento Judith, pero amo cada resquicio de mi cuerpo e identidad de mujer, excepto por cinco días del mes que me pongo irritable y me duele todo, gajes del oficio…).
Como sea que sea, construcción o autodeterminación, está bueno descubrirse con nuevas cosas de cada uno, cada vez que nos enfrentamos a nosotros mismos en situaciones diferentes, porque uno se mantiene siendo uno, pero a la vez cambia… Como diría mi querido amigo Paul Ricoeur en “Sí mismo como otro”, tenemos una identidad idem que se mantiene estable en el tiempo, y la identidad ipse que es alteridad… pero siempre logramos una relación dialéctica entre ambas. Me encantaría tener el libro ese más presente en la mente, pero no lo tengo. Algún día que lo relea publicaré algo, magnífico filósofo.
Por supuesto tenía que terminarla recurriendo a la filosofía (para no perder la costumbre)… Es compleja, es abstracta de a ratos, pero es absolutamente imprescindible, y nos ayuda mejor a conocer nuestra situación biográficamente determinada, siempre que sepamos utilizarla con sabiduría.

3 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

el nombre debe condicionar algo. y te lo dice alguien que tiene el mismo nombre que el del apóstol que no creyó que jesús había resucitado hasta que le vió las marcas en las manos. dichosos aquellos que pueden tener fe. no es el caso nuestro, el de los tomás.

10 de septiembre de 2007, 17:16  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Mi nombre , bastante comun por cierto , bastante representativo tambien ( la de cabello crespo) ha sido despreciado por mi un tiempo , hasta que aprendi a quererme a mi misma y asi a mi nombre . Me parece q hay pocas cosas q definen tanto el cariño que uno tiene hacia uno mismo como el nombre. Raro porque es tan corto lo que logra definir semejante cosa , compleja como es.

11 de septiembre de 2007, 17:55  
Blogger Agustín ha dicho...

hola max!
q bueno q tengas blog,
yo tengo un par pero me da paja postear.
ahora me voy a comer, pero te prometo q despues leo lo q posteaste y firmo mejor!
me fui!

11 de septiembre de 2007, 18:13  

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