La otra canción del baile
Tormentoso párrafo de "Así habló zaratustra" de Frederick Nietzsche... me acordé de él últimamente.
La otra canción del baile
1
«En tus ojos he mirado hace un momento, oh vida: oro he visto centellear en tus nocturnos ojos, - mi corazón se quedó paralizado ante esa voluptuosidad:
- ¡una barca de oro he visto centellear sobre aguas nocturnas, una balanceante barca de oro que se hundía, bebía agua, tornaba a hacer señas!
A mi pie, furioso de bailar, lanzaste una mirada, una balanceante mirada que reía, preguntaba, derretía:
Sólo dos veces agitaste tus castañuelas con pequeñas manos - entonces se balanceó ya mi pie con furia de bailar.
Mis talones se irguieron, los dedos de mis pies escuchaban para comprenderte: lleva, en efecto, quien baila sus oídos - ¡en los dedos de sus pies!
Hacia ti di un salto: tú retrocediste huyendo de él; ¡y hacia mí lanzó llamas la lengua de tus flotantes cabellos fugitivos!
Di un salto apartándome de ti y de tus serpientes: entonces tú te detuviste, medio vuelta, los ojos llenos de deseo.
Con miradas sinuosas - me enseñas senderos sinuosos; en ellos mi pie aprende - ¡astucias!
Te temo cercana, te amo lejana; tu huida me atrae, tu buscar me hace detenerme: - yo sufro, ¡mas qué no he sufrido con gusto por ti!
Cuya frialdad inflama, cuyo odio seduce, cuya huida ata, cuya burla - conmueve:
- ¡quién no te odiaría a ti, gran atadora, envolvedora, tentadora, buscadora, encontradora! ¡Quién no te amaría a ti, pecadora inocente, impaciente, rápida como el viento, de ojos infantiles!
¿Hacia dónde me arrastras ahora, criatura prodigiosa y niña traviesa? ¡Y ahora vuelves a huir de mí, dulce presa y niña ingrata!
Te sigo bailando, te sigo incluso sobre una pequeña huella. ¿Dónde estás? ¡Dame la mano! ¡O un dedo tan sólo!
Aquí hay cavernas y espesas malezas: ¡nos extraviaremos! - ¡Alto! ¡Párate! ¿No ves revolotear búhos y murciélagos?
¡Tú búho! ¡Tú murciélago! ¿Quieres burlarte de mí? ¿Dónde estamos? De los perros has aprendido este aullar y ladrar.
¡Tú me gruñes cariñosamente con blancos dientecillos, tus malvados ojos saltan hacia mí desde ensortijadas melenitas!
Éste es un baile a campo traviesa: yo soy el cazador - ¿tú quieres ser mi perro, o mi gamuza?
¡Ahora, a mi lado! ¡Y rápido, maligna saltadora!
¡Ahora, arriba! ¡Y al otro lado! - ¡Ay! - ¡Me he caído yo mismo al saltar!
¡Oh, mírame yacer en el suelo, tú arrogancia, e implorar gracia! ¡Me gustaría recorrer contigo - senderos más agradables!
- ¡senderos del amor, a través de silenciosos bosquecillos multicolores! O allí a lo largo del lago: ¡allí nadan y bailan peces dorados!
¿Ahora estás cansada? Allá arriba hay ovejas y atardeceres: ¿no es hermoso dormir cuando los pastores tocan la flauta?
¿Tan cansada estás? ¡Yo te llevo, deja tan sólo caer los brazos! Y si tienes sed, - yo tendría sin duda algo, ¡mas tu boca no quiere beberlo! -
- ¡Oh esta maldita, ágil, flexible serpiente y bruja escurridiza! ¿Adónde has ido? ¡Mas en la cara siento, de tu mano, dos huellas y manchas rojas!
¡Estoy en verdad cansado de ser siempre tu estúpido pastor! Tú bruja, hasta ahora he cantado yo para ti, ahora tú debes - ¡gritar para mí!
¡Al compás de mi látigo debes bailar y gritar para mí! «Acaso he olvidado el látigo? - ¡No!»
2
Entonces la vida me respondió así, y al hacerlo se tapaba los graciosos oídos:
«¡Oh Zaratustra! ¡No chasquees tan horriblemente el látigo! Tú lo sabes bien: el ruido asesina los pensamientos - y ahora precisamente me vienen pensamientos tan gráciles.
Nosotros somos, ambos, dos haraganes que no hacemos ni bien ni mal. Más allá del bien y del mal hemos encontrado nuestro islote y nuestro verde prado - ¡nosotros dos solos! ¡Ya por ello tenemos que ser amigos!
Y aunque no nos amemos a fondo -, ¿es necesario guardarse rencor si no se ama a fondo?
Y que yo soy buena contigo, y a menudo demasiado buena, eso lo sabes tú: y la razón es que estoy celosa de tu sabiduría. ¡Ay, esa loca y vieja necia de la sabiduría!
Si alguna vez se apartase de ti tu sabiduría, ¡ay!, entonces se apartaría de ti rápidamente también mi amor.» -
En este punto la vida miró pensativa detrás de sí y en torno a sí y dijo en voz baja: «¡Oh Zaratustra, tú no me eres bastante fiel!
No me amas ni mucho menos tanto como dices, yo lo sé, tú piensas que pronto vas a abandonarme.
Hay una vieja, pesada, pesada campana retumbante: ella retumba por la noche y su sonido asciende hasta tu caverna: -
- cuando a medianoche oyes dar la hora a esa campana, tú piensas en esto entre la una y las doce -
- tú piensas en esto, oh Zaratustra, yo lo sé, ¡en que pronto vas a abandonarme!»
«Sí, contesté yo titubeante, pero tú sabes también esto.» - Y le dije algo al oído, por entre los alborotados, amarillos, insensatos mechones de su cabello.
«¿Tú sabes eso, oh Zaratustra? Eso no lo sabe nadie.» - -
Y nos miramos uno a otro y contemplamos el verde prado, sobre el cual empezaba a correr el fresco atardecer, y lloramos juntos. - Entonces, sin embargo, me fue la vida más querida que lo que nunca me lo ha sido toda mi sabiduría. -
Así habló Zaratustra.
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